Los golpes by Jean Meckert

Los golpes by Jean Meckert

autor:Jean Meckert [Meckert, Jean]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1940-12-31T16:00:00+00:00


XIII

Un domingo al mes, aproximadamente, pasábamos medio día en casa de la suegra, en Batignolles.

Era el día en familia con los consejos y las historias.

Bernard aparecía una y otra vez en cada frase, hacía falta una paciencia de santo para llegar al café.

Paulette se hartaba de cotilleos, le daba con ganas a la manivela de la cháchara. Se saciaba para un mes.

La suegra me llamaba ahora «Félix». También me presentaron a los vecinos. Incluso conmigo delante sacaban la historia del infecto Bernard, para que supiera claramente que Paulette era una pobre mártir. Se trabajaban la reputación de la pequeña, desde la portera hasta el vendedor del colmado de la esquina, que había conocido a Paulette cuando era así de alta y le vendía piruletas y golosinas.

¡Conmiseración! Yo no tenía ninguna importancia.

—¡Es una buena chica! —me decían—. ¡Hay que hacerla feliz!… ¡Y a su madre también!… ¡Y a todo el mundo!… ¿No es así, caballero?…

Fuimos uno de esos domingos a comer, con la pequeña tarta tradicional que yo llevaba envuelta como un cono en papel blanco. Aquel día había invitados, las personas que habían venido a la famosa cena de Nochebuena, los queridos vecinos de las sillas.

Él se llamaba Auguste, y su mujer, Léontine.

¡No era un mal tipo, el tal Auguste! Con los zapatos sucios y la pajarita tenía el aspecto verdoso de un empleado de antes de la guerra.

Auguste no se complicaba mucho la existencia, había decidido de una vez por todas que no tenía suerte en la vida. Él y todo el mundo lo creía. Era tan evidente que ni hablaba de eso de lo asqueado que estaba.

La suegra, refiriéndose a ellos, decía «mis amigos». Creo que incluso compartían un aparato para hacer yogures, con eso lo digo todo.

Ellos también habían conocido al predecesor, a Bernard. Dijeron verdades muy duras sobre él. Pensaban que estaba completamente loco y que su lugar estaba en Charenton, en una celda acolchada.

Paulette buscaba su amorosa compasión. Le había cogido gusto a la situación, era la mar de natural.

Auguste también llevaba el cuello postizo almidonado, era el perfecto empleado ordenado, meticuloso. Grandes elogios para Auguste en casa de la suegra, con un capítulo dedicado a su mala suerte.

Cualquier cosa le acababa jorobando a él y, si no le tocaba a él, era a Léontine, o bien a su hijo, con grandes ojeras y una bata sucia y vieja.

A veces Auguste pensaba en voz alta:

—¡Ah, la vida!… —decía.

Eso significaba mucho, se notaba. Era aplastante.

—Tú, Félix —me dijo aquel día dando golpecitos a mi paquete de Gauloises que había dejado en la punta de la mesa—, tú eres la mar de simpático e incluso tienes buena salud… Mientras que yo, siempre ando pachucho, siempre con cara de tuberculoso, sufriendo el desprecio de mis jefes, Félix. No hay agravio ni humillación que no sufra para conservar mi empleo… ¡Ah, Félix! Créeme, ¡la salud! ¡La salud!

—Venga, Auguste, no te martirices —intervino la suegra—. Este año os iréis de vacaciones, estaréis mejor.

—¡Vacaciones! —pegó un salto al decirlo—. ¡Vacaciones! ¡Y



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.